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Senderismo Acantilados de Cienfuens por klaus -- 17/01/2014
Jornada: (Una) -- (3202 visitas)
Jornada: (Una) -- (3202 visitas)
- Zonas: ,
- Duración sin descansos: 05:30
- Meteorología: Sol
- Dificultad: Facil
- Días: 1
- Num. Personas: 1
- Tipo: Senderismo
- Desnivel de subida: 600 metros
- Desnivel de bajada: 600 metros
- Distancia: 17500.0 metros
- Agua:
- Observaciones:
- Gps: Sin fichero GPS
Acantilados de Cienfuens
Un farallón de paredes anaranjadas, de 150 metros de caída vertical y dos kilómetros de longitud, se alza por encima del embalse de Cienfuens y el curso del río Flumen antes de que las aguas se precipiten por el tajo del Salto de Roldán. Son los acantilados que reciben el mismo nombre que la represa, de Cienfuens, construida para retener las filtraciones de agua del embalse superior de Santa María de Belsué. Un fallo de construcción en la obra de principios del siglo pasado, que supuso acarrear más piedra y cemento para remansar las aguas del Flumen, menguando la belleza de un paraje natural que en el futuro ya no permanecería intacto. Un perjuicio, quizás justificado por las necesidad de agua para regar campos y consumo humano, cuyas secuelas en forma de ruinas y muros se van camuflando entre la vegetación y formando parte indivisible con el paisaje de la Garganta; y si el tiempo no las hace desaparecer, al menos envejecen peor que su entorno.
Una ruta señalizada parte desde el puente sobre el barranco de Carruaca, bajo el pueblo de Lúsera, en un recorrido que da la vuelta a los acantilados de Cienfuens usando la pista de acceso al refugio de Peña Guara. Se visita el dolmen de Belsué para después regresar por el camino de obra de los embalses, bajo el murallón de roca. Una excursión recomendable a la que vamos a añadir una pequeña variante para darle mayor atractivo y emoción. En vez de ir todo el rato por la pista, desde el refugio subiremos a la parta alta de los acantilados, sin reblar ante el matorral cerrado que invade la ladera, para así gozar de una vista sólo reservada a los buitres que anidan en la pared. Lo mas parecido a volar sin alas.
DATOS TÉCNICOS:
-punto de inicio, puente sobre el torrente de Carruaca, a 910m.
-duración, 5:30h. en total.
-desnivel, 600 metros de subidas y bajadas.
DESCRIPCIÓN:
pasado el desvío al pueblo de Lúsera, con un paso canadiense de barrotes abollados, en la primera curva a izquierdas que traza la carretera hay un apartadero al margen de la calzada donde dejar el vehículo. Hay varios postes que señalizan la ruta de ascenso al pico de Gabardiella, y un panel informa sobra la ruta circular a los acantilados de Cienfuens.
Un puente salva el cauce del barranco de Carruaca, que recoge el agua de otros muchos afluentes, aunque este día bajaba por completo seco. Un largo verano sin lluvias ha dejado a los torrentes sin caudal y a los embalses vacíos, como atestiguarán las fotos venideras del reportaje. En la otra orilla del puente, tomamos el sendero de la derecha que avanza pegado a la cola del pantano de Belsué. Un llaneo agradable para estirar las piernas, entre matorral de boj y tramos bajo el pinar donde esta mañana se escondía una ardilla.
Durante el trayecto de media hora que cuesta llegar a la presa del pantano, sale por la derecha un sendero, con mojón de piedras en su arranque, que baja a la cola del embalse. En época de sequía, como la de aquel día, es posible deambular un rato por la zona y acercase a ver cómo el río Flumen y el barranco de Carruaca vierten sus aguas al embalse. Pero el camino prosigue en línea recta, en compañía de bojes y pinos.
Al fondo se divisa el refugio montañero, en mitad de una ladera cuya subida afrontaremos en breve. La sierra y el pico del Águila se reflejan en el espejo del pantano, si hubiera o hubiese agua, porque hoy la delgada estela del Flumen agoniza y desaparece a los pies del muro de la presa, a la espera de resurgir al otro lado con la corriente aportada por las fuentes naturales de la zona, las de Cienfuens.
La senda atraviesa un corto túnel y alcanza el muro de la presa. Allí se abandona el camino que avanza por la orilla izquierda del Flumen hacia las alturas del collado de las Paúles, y también hacia el mesón de Sescún como indica un poste. Es momento de cruzar el pretil de la presa, viendo como este día una familia de patos nadaba en una charca arrinconada en el lodo del pantano.
Al otro lado de la presa dejamos el camino de los túneles a la izquierda, para seguir unos metros por el otro carril hasta ver el primer tramo de escaleras que ascienden al refugio. Todo son obras procedentes de la época de construcción de los embalses, en mejor o peor estado de conservación.
Me tomé el capricho de contar los peldaños de roca que forman la escalera, llegando a la cifra exacta de cuatrocientos hasta la explanada de entrada al refugio. Habrá un margen de error y puede que el número esté equivocado, pero es muestra de la fuerte subida y curiosamente del poco desnivel que se gana, 75 metros de altura. La cuesta alterna tramos de escalinata con otros de suelo pedregoso y muros de obra, dejando a la izquierda un desvío poco marcado que conduce a la cueva de la Artica, una de las muchas que se esconden por la zona.
Al refugio, cuyo origen data de la época de construcción de los embalses, llega una pista de tierra que viene del Salto del Roldán y otro carril que asciende desde el pantano, una alternativa al tramo de escaleras situado algo más al oeste. El refugio está cerrado, las llaves las guardan en el club de Peña Guara, y una alambrada rodea el perímetro del edificio. Hay un cobertizo de acceso libre que guarda un surtidor de agua, con una llave de paso para que mane caudal. Desde la plataforma de entrada al refugio se obtiene un vista muy amplia del pantano y de los montes del entorno.
El recorrido señalizado de la vuelta a Cienfuens continúa por el trazado de la pista, hacia el cuello de la Travesada, pero aquí se propone una variante más entretenida por la ladera del Paco A Liana. Una meseta inclinada hacia el norte, de allí el nombre de Paco, y de Liana, no por lo enmarañado de su vegetación, sino por liena o lenar, una vasta superficie de roca a modo de losa. Ningún camino se interna por la espesura del matorral, una buchera inmensa salpicada de erizones y aliagas poco amable para el buen caminar, pero innegociable si pretendemos subir a la parte alta de los acantilados. La idea es salir desde la parte trasera del refugio, con objeto de trazar una diagonal en busca del cordal que avanza junto a los cortados, donde el matorral es menos compacto que en el centro de la ladera.
Con los dedos de la mano se podrían contar los árboles que sobreviven en el Paco A Liana. Uno de ellos, plantado en los años de construcción de los embalses y una rareza distinta a las especies autóctonas de la región, es un cedro que se alza a escasa distancia del refugio. Por extraña que resulte su presencia, se ha aclimatado muy bien al medio agreste de la ladera, e incluso brotan a su alrededor unos pimpollos o ejemplares jóvenes con un vigor y salud que les augura una larga vida de adultos. Por encima de esa familia iremos hacia la línea de los cortados que caen a la Garganta del Flumen.
El avance junto al borde de los acantilados resulta algo menos engorroso, aunque hay que andarse con cuidado ante el suelo de lapiaz. Un terreno de pequeñas fisuras y agujeros que a veces ocultan las ramas de los bojes, o los cojines del erizón, haciendo la marcha lenta a fin de asegurar el paso.
A veces no queda otra opción que internarse en la espesura, dada la peligrosidad de marchar muy cerca del precipicio, y rodeado por el matorral aprecias el roce suave de los bojes y las almohadillas de los erizones en comparación a los arañazos inmisericordes de la aliaga, el arbusto a evitar como sea. Un terreno incómodo al que conviene acostumbrarse para así llegar a un primer resalte sobre la muralla de acantilados. Un espolón airoso encima de las paredes del Escalar, de vista acongojante por no emplear otro epíteto.
La llamada del vacío atrae nuestra curiosidad y marea la cabeza, así que es mejor extremar las precauciones en las asomadas al precipicio, una caída sería fatal y de tanatorio asegurado. Pero es difícil resistir la tentación de estirar el cuello y otear la presa del embalse de Cienfuens, muy abajo en el fondo de la garganta, que este día guardaba un débil curso de agua.
A partir de ahora viene la parte mas espectacular de la ruta, con aproximaciones vertiginosas a la pared admirando la formidable muralla de Artica Losa. Este día encontré un anclaje, en la salida de una de las muchas vías de escalada de este sector, cuya normativa será muy estricta debido a las colonias de buitres que anidan en los farallones de roca.
El terreno sigue infestado de bojes en la ladera de subida al siguiente espolón de la muralla, el de mayor altitud, con infinidad de oportunidades para asomarse al precipicio y contemplar el planeo de los buitres.
El erizón se adueña del terreno en la parte alta del Paco A Liana, pisando sus cojines hasta alcanzar la explanada cimera de los acantilados, sin rastro de señal o hito cimero. Al sur despuntan las peñas que escoltan al Salto del Roldán, la de San Miguel y Amán, entre las que se cuela el río Flumen formando los estrechos de las Palomeras.
Dejamos atrás la ralla o muralla de los acantilados para bajar de manera suave, siempre cerca del precipicio que mantiene una dirección clara al oeste. En la siguiente pared de la garganta suelen nidificar los buitres, y basta con detenerse un rato para observar su vuelo rasante por encima de nuestras cabezas. El paisaje abarca toda la longitud del valle hasta el Salto del Roldán, con las laderas tapizadas por el verdor de un denso carrascal.
La progresión por la línea del cordal se complica al desaparecer las paredes de los acantilados. A cambio el terreno aparece cubierto por un carrascal de aspecto cerrado, muy engorroso para el avance. La opción tomada por quien sus escribe fue seguir hasta un gran campo de hierba que casi alcanza el borde superior de la muralla. Sorprende ver este prado en medio de la extensión de matorral, un oasis que parece tener un repelente contra los bojes. En mapas antiguos de la zona lleva el nombre de Mallata y Trocada de Lañaecho, y es un punto clave para el desarrollo de nuestra excursión circular. Se trata de entrar en el campo atravesando la muralla de bojes que lo defiende, una barrera de gran espesor e impenetrable en buena parte de su perímetro. Si bordeamos el campo por la derecha, hacia abajo, será fácil dar con varias aberturas para penetrar entre los arbustos sin emboscarse. Buscar todo lo que sea necesario hasta entrar por el mejor sitio.
Una vez dentro del campo, uno de los pocos espacios libres de vegetación del Paco A Liana y el de mayor tamaño, hay que descender a su extremo inferior para afrontar el tramo más laborioso de la excursión. Parece que del campo salga una vereda hacia la izquierda, por la falda del Paco A Liana, pero vamos a intentar lo siguiente. Se trata de bajar en línea recta con la idea de empalmar con la pista que va del refugio de Belsué al cuello de la Travesada. El carril se encuentra a una altura cien metros por debajo del campo y a una distancia inferior al medio kilómetro, pero la ladera está vestida con un manto de bojes y la bajada es ardua. Al principio la selva de matorral asusta un poco, pero una vez dentro la altura de los arbustos llega como mucho a la cintura y eso facilita la marcha. A mitad del descenso hallé por casualidad un rastro muy débil de senda que se internaba en un vallejo; pasé cerca de un par de serbales y una carrasca, de los pocos árboles que se alzan entre el matorral, hasta que el sendero me llevó a las ruinas de una cabaña, justo en la margen de la ansiada pista.
Sea como fuere de engorroso el descenso del campo a la pista, al final se agradece pisar suelo firme y libre del matorral. El uso del pantalón largo, mejor de tela recia, es a todas luces imprescindible durante la incursión en el Paco A Liana. Si hace calor y llevamos repuesto de pantaloneta, es el momento oportuno para cambiarse, porque ahora viene un tramo cómodo de media hora por la pista, en subida hacia el cuello de la Travesada y paisaje abierto a la sierra del Águila y a los campos de Belsué.
Al subir por la pista aparecen balizas de madera ya que nos incorporamos a la ruta señalizada que da la vuelta a los acantilados. Un poco antes de alcanzar el cuello de la Travesada, un carril procedente de Belsué empalma con el nuestro, a corta distancia de un refugio que antes servía para guardar los carros con los que se transportaba el material para edificar las presas.
En el collado de la Travesada hay un ensanche del que salen dos trochas a mano izquierda. La primera se interna otra vez por la falda del Paco A Liana, y la otra será por la que descenderemos al dolmen de Belsué. Un poste sin indicador marca el arranque de este segundo carril.
La pista, enfocada hacia las peñas del Salto del Roldán, traza un par de curvas cerradas y baja de manera pronunciada entre carrascas. El suelo pedregoso y la fuerte pendiente obligan a frenar con las rodillas para no dar un patizano.
Más abajo se conecta con el sendero de vuelta al embalse de Cienfuens por la base de los acantilados, pero antes toca una visita al cercano dolmen de Belsué. Se halla en un pequeño claro junto al collado de la Piatra, de allí que se conozca también con este segundo nombre. Son dos losas grandes tumbadas que forman un tejadillo para realizar los enterramientos, con paisaje abierto hacia el altivo pico de Balleclusa y a la muralla de la Peña del Mediodía. Al megalito también llega otro camino procedente del aparcamiento del Salto de Roldán.
La senda de regreso al embalse de Belsué es de traza evidente y avanza a media ladera por la margen derecha del río Flumen, a bastante altura de su cauce. En este lado de exposición solanera predomina el bosque de carrascas, con mucho tramo de sombra que unido a la escasa pendiente hacen del camino un paseo agradable. Un par de parideras quedan visibles a ambos lados del sendero.
A medida que nos adentramos en el interior de la Garganta, la pared anaranjada de las Buitreras adquiere mas protagonismo sobre el decorado verde de las encinas. También llama la atención el rumor caudaloso de las aguas del Flumen, en un cauce inagotable por el aporte de las fuentes subterráneas que se vuelve estruendo en primavera, en un fluir invisible que se esconde bajo una frondosa vegetación de ribera.
Se cruzan varias pedreras que se precipitan por la falda del murallón, mientras vemos con frecuencia unas pinturas de color amarillo que carecen de utilidad ante la traza clara del sendero. Un descenso paulatino nos acerca al cauce de la Garganta, a una intersección donde se levanta un poste y baliza de madera. El camino que baja por la derecha lleva a la antigua central eléctrica que servía de apoyo en los trabajos de construcción de las presas, y donde vivía el operario y su familia en unas condiciones de humedad que para si quisieran las nutrias. Una tubería penetraba en la casa para aportar agua a la turbina, una inyección de frío a la que sumar en invierno un letargo de 24 horas a la sombra, porque las paredes de la Garganta no dejan entrar a los rayos del Sol en este tramo del curso del Flumen; desde Noviembre a Febrero en constante penumbra. Al menos tenían luz eléctrica para leer.
La senda de bajada a la central está un poco vestida de vegetación, llegando en cinco minutos al cauce del Flumen en un buen lugar para el almuerzo o la comida. El matorral de sargatillos obstaculiza el paseo por las orillas, pero la vista es agradecida a las paredes de los acantilados y el agua del torrente alivia de los calores veraniegos.
Justo tras el desvío a la central, el sendero se transforma en un carril ancho con una visión completa a la ralla de Artica Losa. La presa de Cienfuens aparece encajada en el lecho de la Garganta, un armatoste de cemento que muestra toda su fealdad cuando el embalse se halla por completo seco.
El aspecto abrupto y salvaje de la Garganta se combina con las obras de ingeniería civil, en forma de cabañas, diques de contención, parapetos de piedra, restos de un antiguo carril para el transporte de material mediante vagonetas, y una serie de túneles excavados en la roca que nuestro camino atraviesa sin que el uso de la linterna sea necesario dada su corta longitud.
A la salida de uno de los túneles, de los 8 ó 9 que existen, sale un camino por la derecha que sube hacia la pared de los acantilados. Es la vía que accede a la cueva del Toro, una gran bóveda que da entrada a un mundo subterráneo de cavidades y galerías por donde se infiltra el agua de lluvia. Podemos curiosear por la zona, o seguir por la pista viendo las ruinas del poblado de Lugaré, formado por las antiguas viviendas de los peones de la obra invadidas ahora por la vegetación.
Y así, entre las sombras y luces de la Garganta, entre sus presas artificiales y acantilados naturales, se pasará bajo el último túnel hasta ver de nuevo el embalse de Belsué. Una ruta provechosa para conocer uno de los tramos mas espectaculares del río Flumen.